UNA VIVENCIA PERSONAL

El Camino de Santiago

Hice el Camino de Santiago, el famoso Camino Francés, por primera vez en 2001, éramos un grupo de unas sesenta personas de muchos países, y las motivaciones que nos empujaban a cada uno de nosotros eran las más diferentes. Había quienes lo hacían por un profundo sentido religioso, quienes lo hacían por amor al trekking, quienes acompañaban a alguien que sentía un impulso interior muy fuerte.

Pero al final, como en la vida, te encuentras dando un paso tras otro y descubriendo que lo que te da fuerza no es lo que pensabas al principio.

Aquellos que dicen que la Ruta de Santiago es mágica están diciendo la verdad. La magia reside en el deseo que crece en los peregrinos, de llegar a la meta, aunque el cuerpo se rebele contra tanto esfuerzo al que no está acostumbrado.

Porque pronto se hace evidente, desde los primeros kilómetros, que los pies no soportan el peso de los huesos, músculos, órganos que componen nuestro fisico, sino que soportan con infinita resistencia, la abrumadora gravedad de nuestros pensamientos, de nuestros traumas no resueltos, de las emociones que se aferran a nuestras células, nuestros sentimientos. Nos equivocamos cuando pensamos que el cuerpo mueve la materia, el cuerpo se mueve dentro de una energía que nosotros mismos creamos cuando pensamos, cuando sentimos, cuando hablamos, cuando estamos en silencio.

Los primeros días fueron muy duros para mí. Atleticamente estaba en el top, emocionalmente no lo estaba, pero era demasiado joven para ser consciente de mis movimientos internos, al menos comparado con el nivel que tengo hoy en día. Moraleja: al segundo día me lesioné los gemelos, sin causa aparente, y el médico que me examinó me dijo que ya no podía caminar, a menos de agravar inútilmente mi situación. Me llevaron en los hombros hasta el albergue.

Fue en ese punto donde comenzó mi verdadero viaje.

Cuando pude liberar mi frustración y mi ira, del coche que seguía a nuestro grupo, empecé a apoyar a mis amigos que procedían laboriosamente, y a observar las señales. Muchas Runas me acompañaban, pero yo todavía sabía muy poco de ellas y no sabía cómo interpretarlas.

Cuando volví al Camino en los años siguientes, ya había abandonado la estúpida presunción juvenil de invencibilidad, y empecé a ser consciente de que es el Camino el que te acoge, no eres tú quien lo recorre.

Así que se abrió para mí una nueva dimensión, a nivel humano y espiritual.

Aprendí, por ejemplo, que este peregrinaje se llama Compostela, o Campo de las Estrellas, por dos razones: porque para los antiguos el camino a Santiago (y Finisterre) seguía la Vía Láctea, que estaba exactamente encima de ti, sólo tenías que levantar los ojos al Universo, y porque, especialmente por la noche y con la luna llena, las estrellas estaban allí, justo bajo tus pies.

Sí, es gracias a la mica (lepidolita), que es un mineral que encontramos incrustado especialmente en la serpentina, que vemos las piedras brillar como si fueran de plata. Exactamente del mismo color que las estrellas. Y de mica y serpentina, está salpicado cada metro del Camino.

Entonces una maestra me explicó que no fue un accidente. La mica, de hecho, actúa como un espejo, devolviendo una imagen de nosotros que es la que rechazamos. Y es en este punto en el que el mineral cumple su función, porque nos ayuda a reconocer lo que vemos, como parte de nosotros, y a reconciliarlo e integrarlo con nuestro ser.

La serpentina, entonces, añade un significado más. Se trata de un mineral de origen metamórfico, es decir, que el material original (el silicio) se somete a aumentos de temperatura o presión tales que provocan una transformación radical, y el nacimiento de un nuevo mineral.

Asocié la historia de la creación de la serpentina, a lo que estaba viviendo y había vivido, es decir, al proceso de transformación que produce el Camino, pensé en todas las presiones que sufrimos en la vida, y comprendí que tenían un propósito, no eran sufrimientos estériles. Empecé a entender que somos verdaderamente uno con la Naturaleza. Nos reflejamos en ella y ella en nosotros.

Imaginé los miles de peregrinos que a lo largo de los siglos habían caminado por esos senderos, sus huellas invisibles todavía presentes, y fue allí donde me dijeron que incluso antes de la llegada del Apóstol a Galicia, ese era un camino sagrado desde los tiempos neolíticos. Fue rociado con dólmenes y menhires, alineados de acuerdo a las reglas geodésicas y las Líneas de Fuego.

Todo adquirió un nuevo sentido, que se añadió al original.

Los Druidas habían caminado por el Sendero durante siglos, constantemente, se habían encontrado en esos bosques, y habían dejado allí sus emanaciones.

Runas, árboles, raíces, estrellas, minerales, flores y plantas: todo era y es una constante repetición del mismo mensaje, dirigido a la ayuda, la comprensión, la transformación. En una palabra: a la Evolución.